miércoles, 7 de octubre de 2015

Rafa Benítez y el lío de la capitanía

Siempre me gustó Benítez como entrenador. Con matices, eso sí. Su capacidad para mantenerlo todo dispuesto sobre el campo, sus once jugadores bien situados siguiendo todos el mismo compás, me parece un gran ejercicio de saber estar y manejar el curso de los partidos. Rafa Benítez no es un entrenador defensivo, más bien lo definiría como un técnico que prefiere no arriesgar demasiado si en la balanza el porcentaje de salir perjudicado es alto. Es selectivo. Es decir, si una victoria por la mínima se puede amarrar, mucho mejor eso que alterar el resultado yendo a por más goles cuando eso puede suponer que perforen tu propia portería. Mi parecer, sin embargo, cambia al analizar poco a poco cómo ha sido el devenir de los equipos que ha dirigido y los enemigos que se ha creado. Es decir, me gusta cómo lo hacen los 11 jugadores que Rafa pone en el campo, pero no todo lo que hay detrás.

Ese primer matiz radica en la grandeza de sus éxitos y de los equipos que dirige. Es de sobra conocido que el hoy entrenador del Real Madrid se dio a conocer en el Tenerife, pese a que antes estuvo dirigiendo sin mucha fortuna a equipos de menor entidad, como el Extremadura, el Valladolid o el filial del propio conjunto blanco. Su carrera se catapultó tras su paso por Valencia, de donde se fue en tres años con dos Ligas Españolas y una Copa de la Uefa bajo el brazo. Y es ahí donde Benítez muestra todo su esplendor. Capaz de sacar el máximo rendimiento a equipos de segundo nivel con plantillas de jugadores notables, se pierde cuando le toca lidiar con clubes que son primeras espadas en los que dispone de futbolistas sobresalientes. 

En Liverpool o Valencia lo importante era el grupo, nadie por encima, algo que no supo extender en el Chelsea, el Inter o el Nápoles y parece que le cuesta en el Real Madrid. No había un jugador por encima del resto, todos remaban en una misma dirección para recoger lo sembrado, fueran alabanzas (casi siempre) o críticas. Así, los Aimar, Vicente, Ayala, Baraja, Torres, Baros o Luis García se sintieron importantes, respaldados por sus compañeros, sabedores de que la exigencia y la presión se repartía, que si uno fallaba, el resto saltaría a resolver su error. Así se forjó el Valencia campeón, el Liverpool de la gesta de Estambul. Muy distinto fue cuando tuvo que coger el Inter de Milán que había levantado todos los títulos en un año, donde no duró más que unos meses, o el Chelsea, donde pese a conquistar la hoy llamada Europa League, salió por la puerta de atrás con resultados desiguales en según qué competición.

La segunda variable, quizás matriz, es toda la excentricidad que parece rodear al club, que no sólo al equipo, que dirige. Ese tener todo dibujado al milímetro, totalmente controlado, planeado, que le hace rozar la locura. Por ejemplo, las instalaciones de Melwood, una miniciudad deportiva donde entrenaba y prácticamente vivían los jugadores del Liverpool, fueron remodeladas al 100% con la llegada de Benítez. Un hecho que unido al ego y la capacidad de mando que parecer creer tener produce encontronazos con los jugadores importantes de las plantillas que dirige. Quizás Valencia, donde hizo luz la oscuridad, sea el único lugar donde Benítez no dejó enemigos. Hoy es con Ramos con quien parece haber iniciado una guerra tras pocos meses en el cargo, ayer fue con Hamsik y antes de ayer le sucedió con Gerrard, Materazzi, Terry o Diego Milito.

Su primera polémica de tronío la tuvo con Xabi Alonso. La historia trae cola. En marzo de 2008 el tolosarra pidió el día libre por el nacimiento de su hijo. El Liverpool tenía partido de Champions y Benítez le denegó la ausencia, lo que desencadenó primero que el jugador se negara a viajar a Italia, donde se medirían al Inter, y después que el técnico le apartara del grupo para sorpresa de todos. Meses después, el donostiarra aterrizó en el Real Madrid y la situación nunca quedó clara. Mientras Benítez, en su día, afirmó que le habían vendido porque no estaba en su mejor forma, Alonso declaró que se quería marchar porque el club había pensado en un jugador para que cumpliese su rol como era Gareth Barry. Hace unos días, el técnico confirmó que el motivo de su mala relación (ellos se refieren a ella como profesional, de entrenador-jugador y nada más) fue porque le declaró como transferible.

Gerrard y Benítez, con la Champions 2005 / M. OZER / AFP
Su lista de enemigos en Inglaterra no termina con Alonso, pues para sorpresa de todos, Steven Gerrard no guarda buen recuerdo de él. El gran mito de Anfield, el ídolo de The Kop, aquel que levantó la orejona en la ya histórica final de Estambul ante el Milan, cargó duramente contra el que fue su ex entrenador y con el que consiguió el mayor éxito personal en su biografía 'Steven Gerrard, my story'. Compartieron vestuario durante seis años y nunca se tragaron el uno al otro. "Rafa Benítez es el mejor entrenador que he tenido en lo táctico en toda mi carrera" desvelaba el eterno 8 red, pero añadía: "No me gusta como persona. No sé por qué, pero es la sensación que tengo después de todos estos años. Puedo llamar a cada uno de los entrenadores que he tenido menos a él. No sé explicarlo. Compartimos la mejor noche de nuestras vidas, en Estambul 2005, y sin embargo no tenemos ningún vínculo que nos une". No se quedó ahí Steven, pues denunció una serie de favoritismos entre los jugadores de la plantilla y un trato negativo hacia él. "A mí me trataba distinto, siempre me llamaba por el apellido, nunca me puso un apodo, era raro, sólo lo hacía conmigo, pues se dirigía a los demás por su nombre de pila. Nuestra relación fue fría, profesional, éramos como el hielo y el fuego" se sinceraba, y terminaba con un capítulo que no le gustó el día que se conocieron. "Houllier le presentó a Benítez a mi madre y lo único que le hizo fue preguntarle si a mí me gustaba el dinero. Rafa quería todo el poder, todo el control, y eso no es bueno", terminaba Steven.

Benítez, que no quiso entrar al trapo con todas las revelaciones de Gerrard en su autobiografía, simplemente se limitó a confesar que eran declaraciones para vender más ejemplares, pues él estaba ahora en el Real Madrid y eso vendía más. "Cuando el entrenador no te dice nada y tú estás bien, sin problemas físicos, y entrenando bien, no te queda otra cosa que pensar que se debe a algo personal", llegó a decir Riera en los micrófonos de Radio Marca en referencia a sus ausencias del club inglés. Jamie Carragher, en cambio, sólo tiene buenas palabras para el que fuera su técnico, al que desea éxitos y agradece el trabajo hecho juntos. Algo que sucede también con otros jugadores como Aimar o Fernando Torres.

Mourinho y Materazzi, en el Inter / AP
Su aterrizaje en el Inter de Milán tampoco fue idílico. Los resultados no llegaron nunca y desde el primer día, un equipo que lo había ganado todo con Mourinho empezó a caer en picado. Su relación con el técnico luso nunca fue buena y se enturbió más aun cuando años después de dejar el club de Milán una cámara le captó refiriéndose a Benítez como 'El Gordo'. Marco Materazzi, capitán entonces del equipo italiano, tenía en su taquilla recortes de periódico con sus victorias más sonadas y en ellas aparecían Lippi y el propio Mourinho. "El primer día llegó y me las arrancó", desvelaba el defensa en un programa de televisión italiano, que no ha dejado de criticar al madrileño siempre que ha podido. "Benítez era un guardia de tráfico con un Fórmula 1, y si somos un coche necesitamos un piloto, no un policía. Somos campeones del mundo y queremos crecer, no debilitarnos", expuso sólo unos meses después de su despido como entrenador del Inter; y el verano pasado deseó, con sorna, suerte al Real Madrid por su nueva adquisición para los banquillos. 

Pero en la ciudad milanesa sus polémicas no quedaron sólo con el siempre controvertido Materazzi. Benítez tuvo roces con Zanetti, Cambiasso y Diego Milito. Al segundo, incluso se le criticó de intentar echar al entrenador mientras que con el tercero la situación es similar a la que hoy vive con Karim Benzemá. El punta argentino, entonces uno de los delanteros más determinantes del panorama mundial, siempre salía sustituido fuera cual fuera el resultado, algo que no le gustaba ni a él ni a una afición que le consideraba el auténtico héroe del Triplete, con el doblete en la final de Champions incluido. 

Terry, en el banquillo / JULIAN FINNEY / GETTY IMAGES
Tras un par de años en el paro, el Chelsea recurrió de urgencia a los servicios de Benítez. Allí consiguió enderezar más o menos un barco sin rumbo aunque la magnitud de la plantilla pedía más de lo conseguido. Y cómo no, también anduvo a la gresca con los dos capitanes. Como hiciera con Materazzi, quizás por su apego a Mourinho, su trato con Terry y Lampard nunca fue igual que con el resto. Al primero le sentó, asegurando que no podía jugar dos partidos seguidos por su edad (algo que el defensa le reprochó cuando ganó la Liga años más tarde siendo titular indiscutible) y con el segundo nunca tuvo buena relación. "Por sus duros métodos y su poca cercanía y comprensión con los jugadores era difícil mantener una relación con él", admitía el hoy jugador del New York City. Con todo, Benítez nunca se cansó de repetir que tenía muy buena relación con todos sus jugadores, algo que ellos no se cansan de desmentir. Para su suerte, la tercera cabeza del club londinense, Drogba, no estaba por aquellos entonces en Stamford Bridge pues se encontraba experimentando por tierras turcas. Y es que con Drogba, a quien nunca entrenó, tuvo problemas cuando dirigía al Liverpool desde los micrófonos. En la previa de un partido ante los blue, Benítez arremetió contra la actitud del marfileño en los campos, a quien acusó de piscinero y teatrero, algo que al africano le llevó a "perder todo el respeto por Benítez". 

Su penúltima parada fue de nuevo en Italia, en Nápoles, donde dejó muchos más enemigos que amigos. Al menos, de renombre. Cierto es que en dos temporadas levantó dos títulos, pero la magnitud de la plantilla, el fondo de armario y sobre todo el paupérrimo nivel de una Liga en la que sólo destacaba la Juventus hizo que la afición nunca fuera partidaria del técnico madrileño, bien distinto de la opinión que tenía el presidente, quien quiso renovarlo antes de su marcha al Real Madrid. Sus problemas con Marek Hamsik, capitán, santo y seña no sólo del club, sino de la ciudad, trajeron cola. 
Hamsik y Benítez / GIUSEPPE BELLINI / GETTY I.

Delante de los micrófonos, el técnico sólo tenía palabras de agradecimiento y positivas para su mediocentro, mientras que en el interior del vestuario bien debía ser distinto. "Marek Hamsik vale más que Gareth Bale", llegó a insinuar cuando el galés fichó por el Real Madrid. "En el mercado de fichajes los clubes llegan y pagan altos precios por esos jugadores, pero el precio de Hamsik es incalculable", afirmó. Estaría bien preguntarle hoy quién vale más. Fuera como fuere, la relación entre los dos cambió de forma radical en su última temporada. Tras haber ganado la Copa y la Supercopa de Italia con el eslovaco como protagonista, de pronto dejó de ser titular indiscutible. Curiosamente, su presencia en el banquillo coincidía con tropezones del equipo, aunque el técnico no parecía creer verlo. El eslovaco, que guardó silencio mientras trabajaban juntos, no se ha mordido la lengua ahora que han separado sus trayectorias, pues no le ha perdonado que le sentara en gran parte del que quizás fuera su mejor temporada a nivel individual. Las cifras lo corroboran. "Con Sarri trabajamos más que con Benítez, tanto en lo físico como en lo táctico. Somos un equipo mucho más dinámico y compacto. Jugamos mucho más con el balón comparado con el año pasado, donde nos centrábamos en los balones largos y pelotazos", desvelaba el '17' napolitano que, no obstante, considera a Benitez un "buen entrenador", aunque no el ideal para él. "Con Sarri me entiendo más, me hace jugar de cara a la portería en el medio y no de espaldas como hacía Benítez"

Tampoco fue la relación con Mertens la mejor de todas. Jugando casi siempre por la izquierda, el belga probó en demasiadas ocasiones las mieles del banquillo para lo que su nivel sobre el campo requería. La misma situación que sufrió Insigne, hoy jugador más en forma del equipo, a quien incluso llegó a apartar del grupo, aunque el italiano no le guarde rencor y admita que le "debe mucho a Benítez, pero con Sarri me siento más cómodo". Incluso Callejón, que sí fue titular indiscutible, que logró el nivel más alto de su carrera e incluso acabó en la selección, tuvo sus cosas con el hoy técnico del Madrid por una supuesta falta de compromiso. 

El penúltimo en esta criba fue Higuain, otro conocedor de la casa blanca. El argentino, como su compatriota Milito y como su homólogo Benzema, no perdonaba el ser sustituido cuando el partido aún estaba abierto. Hoy, Sergio Ramos y el propio Benzema se suman a esta lista de jugadores desconformes con las maneras del entrenador. Sea bueno, sea malo, deje títulos o no, Benítez nunca ha guardado buena relación los capitanes y pesos pesados de su vestuario.

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