
Y es que el conjunto rojiblanco, que acababa de perder a Torres, buscó recuperar la ilusión de sus fieles seguidores a base de talonario. Forlán primero, Simao después y Raúl García entre medias fueron los fichajes más caros de aquel verano para un equipo histórico que llevaba más de una década histérico. En una maniobra maestra, Raúl recaló en la ribera del Manzanares a última hora, cuando parecía que lo tenía hecho con el Valencia tras rechazar a varios conjuntos de Inglaterra. 12 millones eran muchos y había que amortizarlos.

Y como ahora vienen las críticas, que no son pocas, justo es decir que en la afición colchonera quedó un sabor amargo cuando el navarro no fue incluido en la lista de Aragonés para ir a la Eurocopa. Una temporada después, el fichaje de Assunçao y la vuelta de un indultado Maniche le llevaron al banquillo en más de un partido. Raúl, habiendo perdido el sitio, no acabó de dar con la tecla en el centro del campo. El Atleti, con un juego más pausado, no encontró en el navarro ese jugador de gran pase y distribución que se le suponía y, aunque jugó mucho, acabó en el ostracismo, cambiando esos estruendosos aplausos que había levantado por leves pero dolorosos pitidos por su mal hacer.

Abuchearle se volvió sistemático. Anunciaban su nombre en los videomarcadores, y pitada que te crió; tocaba el primer balón, y los silbidos se hacían notar por encima de todas las cosas.

"Raúl siente mucho al Atléti", me dijeron. "Le duele muchísimo que la grada le pite, y le molesta cuando le asocian con otros equipos. Quiere triunfar de rojiblanco".
Sentí pena por un segundo. Luego pensé que había miles y millones de personas que darían su vida por jugar en el club de sus amores, pero por aptitud y no actitud no podían hacerlo. ¿Por qué iba a ser distinto el navarro?
"Molesta mucho que se pite a un jugador cuando tiene el balón, un jugador que da todo por el equipo, que lucha como nadie. Quiero pedir a la afición que tenga más paciencia con Raúl", decía Tiago, compañero de equipo y su principal competencia para un puesto en la titularidad.
"Es el peor jugador que he visto -aunque decía lo mismo de Valera- en el fútbol. No sabe dar un pase y no hace ni un control bien", me decía mi amigo Gabriel. En realidad dolía que tuviera tanta razón.
Y a él nadie le comprendía. "Me piten o no, siempre voy a querer lo mejor para este club", señaló el protagonista de esta entrada tras una mala actuación del equipo en general y suya en particular acompañada de la ya más que repetitiva pitada al unísono del Calderón. Y cuando parecía condenado al ostracismo, tras un año cedido en Osasuna donde jugó en la mediapunta e hizo un año más que aceptable, llegó el momento Simeone.
"Con lo bien que lo ha hecho cedido, a ver si alguien nos da un par de millones por él", decían. Simeone, tres entrenamientos después de trabajar con él, le declaró intransferible. Con confianza, trabajo y minutos en la mediapunta, Raúl García, dos años después, se ha ganado a toda la hinchada colchonera. Con más esfuerzo que nadie se ha trabajado un perdón que ha tardado más de la cuenta pero que sabe a algo más que a gloria y satisfacción.
Por la derecha, por la izquierda, por el centro y incluso de delantero, con el '8' a la espalda y casado con el gol, el navarro vive la mejor época de su vida con Simeone como su principal valedor y el orgullo de estar donde está por merecimiento propio. Nadie le ha regalado nada y ha tenido que hacer más del doble que los demás para conseguir la mitad del reconocimiento. Le va en los genes.
Y es que si el año pasado ya terminó bien y marcó algunos goles cruciales, los 9 que lleva a estas alturas de la temporada han enamorado a la afición que primero le aplaudió y luego cogió por costumbre los abucheos. Y no sólo los goles, sino ¡qué goles!
"A Raúl García no le doy los minutos que se merece", dice Simeone, su máximo valedor. "A un chico que trabaja como él me da pena no darle más tiempo". Un Raúl García que ha vuelto para quedarse. Que ya no puede ocultar esa sonrisa detrás de una frondosa barba por triunfar en el equipo de su vida, al que idolatra y siente por encima del equipo al que ama y del cual salió. Un Raúl García que sólo encontró la tregua de la afición cuando defendió los colores rojiblancos de las burlas de Cristiano Ronaldo con aquella famosa 'espaldiña'. Un Raúl García que igual no se merece el Balón de Oro ni acabará jugando con la selección española, pero que merece la medalla de la Real Orden del Mérito Deportivo como nadie. Un Raúl García que, por segunda vez, y esta de verdad, es feliz en su casa.
Don Raúl, perdónenos. Tenga compasión y entienda que todos nos equivocamos. Y gracias.