martes, 1 de septiembre de 2015

Dani Carvalho, cuando el fútbol no lo es todo

Se suele decir que un futbolista pasa por su mejor etapa a los 27-28 años. Es el momento en el que mezcla la experiencia suficiente con una plenitud física y unas pequeñas dosis de madurez que, aunque luego va en aumento, es inversamente proporcional a las condiciones a las que el cuerpo te permite rendir en todo su esplendor. Siempre decía Jorge Valdano que el fútbol era "la cosa más importante de las cosas menos importantes". Para Dani da Cruz Carvalho (noviembre de 1976) fue siempre más lo segundo que lo primero.

Hoy, este portugués nacido en Lisboa tendría 38 años y bien podría seguir dando patadas al balón. Muchos lo hacen. Algunos deciden emigrar a ligas exóticas como Catar, la India o Estados Unidos. Otros se quitan el gusanillo con el fútbol sala o el fútbol playa. Algunos se retiran del profesional y se dedican a jugar en amateur. Sin duda, la clase innata de Dani le habría permitido jugar hasta la vejez sin siquiera mover su cuerpo, sólo con un gesto de tobillo. No es el caso y es que precisamente Dani Carvalho hace ya 11 años que dejó el fútbol, cuando sólo tenía 27.

Dani, con Portugal Sub 20, en semifinales ante Brasil
Se iba a comer el mundo. Nadie dudaba de ello. Nunca han disfrutado en el Sporting de Lisboa de una zurda igual, y eso que fue un visto y no visto. Carlos Queiroz le hizo un hombre con sólo 17 años y le puso al lado de figuras como Figo en la primera plantilla para los partidos de Copa y alguno de Liga. Su impacto fue tal que con sólo 17 años y 204 días debutó con la selección absoluta de Portugal, batiendo un récord que aún posee y que, de momento, parece difícil alguien bata. Aquel mismo verano, el imberbe Dani, aún menor de edad, se marchó con la Sub 20 a Catar para intentar llevar el título a casa. En una selección un pobre nivel en la que sólo Nuno Gomes llegó al primer nivel como profesional, Dani se erigió como auténtico líder. Hizo lo que quiso, campó a sus anchas y llevó a los lusos hasta un magnífico tercer puesto, venciendo a la España de Raúl, Salgado, De la Peña, Etxeberría y Morientes en la final de consolación.

Hizo cuatro goles en la cita, cada cual mejor que el anterior. Para el recuerdo, una maravilla ante Argentina (que a la postre sería campeona y que sólo perdió ese partido) en fase de grupos, otro de bella factura contra Honduras, uno de córner directo ante Holanda (minuto 1.20 en este vídeo), donde también dio una pilla asistencia en un saque de falta, y un último de clase total ante España, picando la pelota ante López Vallejo, que igualó aquella final de consolación. 

Fue Bota de Plata del torneo y acabó elegido como segundo mejor jugador del evento y siempre se dijo que de haber jugado, al menos, la final, nadie le habría arrebatado el segundo trofeo. Regresó a Portugal como héroe y el Sporting, que decidió vender ese verano a Figo al Barça, le nombró sucesor y líder del vestuario cuando ni siquiera había cumplido la mayoría de edad. Las expectativas estaban muy altas en un crío que con sólo 17 años iba a empezar a ver el final de su carrera deportiva cuando en realidad ni la había empezado.

Dani era elegancia pura con el balón. Conducciones de zancada larga equiparables a las del mejor Kaka (el de su primera etapa en Milan), regates imprevisibles que hoy aún no se han vuelto a ver sobre el césped, salida por los dos costados, improvisación, una facilidad para la definición sólo al alcance de los mejores killers y un remate de cabeza notable, quizás lo que más llamaba la atención para un jugador de sus características, tan frío como fino. Pero la fama le jugó una mala pasada. Entró en el mundo de la moda y compaginó pasarelas con entrenamientos. A veces en ese orden. Se prometió a sí mismo aprovechar de la vida nocturna de Lisboa, y es que pese a no tener siquiera la edad para entrar en varias discotecas, su cara y su carnet de futbolista le abrían las puertas de cualquier sitio. Era un honor tener al niño bonito de la selección pasando un buen rato en tu local.

Dani, con el West Ham
Sus primeros contactos con los excesos le llevaron a su primer gran revés. El Sporting, buscando educación y una carrera enderezada, le envió en enero al disciplinado fútbol inglés, a que un entrenador de armas tomar como Harry Redknapp le hiciera un hombre maduro en su West Ham. La bienvenida del técnico inglés no pudo ser más calurosa, pues tras el primer entrenamiento, no se escondió: "Dani es tan guapo que no sé si ponerlo a jugar o follármelo", señaló literalmente el entrenador. Sin saber lo que le esperaba, Dani, creyéndose dueño del mundo, no cejó en su empeño por disfrutar cuando la luna asomaba. Su rendimiento en una plantilla donde estaban Peter Shilton, Río Ferdinand o Frank Lampard fue notable en lo poco que pudo demostrar. Y es que, en su enésima salida nocturna, Dani tuvo un pequeño gran percance. Se dejó ver y fotografiar. La fiesta había sido tan fuerte que al día siguiente no acudió a entrenar. Cuando Redknapp se enteró de los motivos de su ausencia y vio las fotos lo despidió de inmediato. También se lavaron las manos en Lisboa, donde tras varios avisos, decidieron dejar marchar a su gran perla. De nada sirve jugar bien con los pies si no lo haces con la cabeza.

Lejos de volver avergonzado o con el rabo entre las piernas, el portugués aprovechó al máximo sus días libres, esperando a que su representante le buscara el destino mejor. Cuando le hablaron de la posibilidad de jugar en el Ajax, a él sólo se le pasó por la cabeza la oportunidad de vivir en Ámsterdam. Y claro, ni se lo pensó. Van Gaal, un enamorado de los chicos jóvenes, pensó que podría recuperar al portugués y convertirle en la estrella mundial que sus pies sabían que podía ser. Nunca congeniaron y sólo la salida del holandés del equipo con destino Barcelona permitió que Dani se quedara en el Ajax. En Holanda mostró un gran nivel en los 4 años que estuvo. Aunque, para ser su primera gran experiencia con continuidad, fue bastante intermitente. Alternó verdaderas exhibiciones con partidos en los que ni siquiera entraba en contacto con el juego. Claro, que ¡Ay cuando esa zurda de seda tocaba el balón! Entonces se hacía la magia.

Bien lo saben en el Calderón, pues un gol de este Adonis del fútbol, de los que se preocupaba más de atusarse el pelo que de ponerse las espinilleras, echó al Atlético de Madrid de la Champions League en los Cuartos de Final de la 96/97 con un soberbio gol desde lejos que aún escuece recordar en la ribera del Manzanares. Tanto que ocupa el mejor puesto en el Top10 de goles que siempre marcó el luso con la camiseta del Ajax según el propio club.

Tal fue su exhibición que el Atlético lo contrató en cuanto pudo. En el 2000 el Ajax decidió venderle y el Atlético, entonces recién descendido en Segunda División, lo intentó. A él le sedujo más volver a Portugal, en este caso al Benfica. De vuelta en su ciudad, recuperó el tiempo perdido con entorno de siempre, pese a que nunca había abandonado esa vida de excesos, y su nivel volvió a decrecer tanto que en 3 meses estaba puesto de patitas en la calle. Ahora, entonces sí, el Atlético lo contrató. Llegó recomendado por Paulo Futre, histórica estrella del club y a él le encantó la idea de compartir vestuario con su compañero Hugo Leal, otro talento desaprovechado.

Dani, en su primer año de rojiblanco
En el Atlético se convirtió en un jugador supremo, a ratos. Dani se hizo más grande jugando con los pequeños y, tras dos años de intentos, aportó su granito de arena para devolver al club rojiblanco a la Primera División. Pero con los más grandes, fue él quien se hizo pequeño y en la máxima categoría su presencia fue testimonial. No llegó a contar, pese a haber sido un jugador más que importante en Segunda con el mismo entrenador, Luis Aragonés. Y ahí acabó su carrera. Terminó contrato con el Atlético y nadie quiso ficharle. Tampoco él mostró empeño en encontrar equipo. Se dedicó a las pasarelas más que nunca. Un futbolista con gesto de niño guapo, niño bien y niño mimado que en realidad nunca quiso triunfar en aquello del balón. Jugaba porque se le daba bien, porque le abría las puertas del mundo, le daba las llaves del universo y le conseguía lo que una vida terrenal no le habría dado. Pero no porque le divirtiese. Dani, que se había prometido aprovechar la fugacidad de la vida en su juventud, no podía desperdiciar tiempo con entrenamientos, concentraciones y restricciones porque su entrenador se lo ordenase. Había llevado una vida loca como futbolista que le había hecho padecer lesiones musculares (mala alimentación, excesos con la bebida, falta de puesta a punto...) y al fin tenía ante sí la oportunidad de dejar su sufrimiento para vivir sólo del placer.

Y aunque como futbolista se vivía bien, porque se cobraba bien y a él le habían mimado más que al resto por su zurda de museo, no le molestaba el hecho de no tener nunca más que preocuparse por levantarse e ir a entrenar. Tenía sólo 27 años. "Si llega una oferta brutal bien, y si no, a vivir", debió pensar. Tan montaña rusa era su vida que en febrero de 2004 llegó a ofrecerse en público a los equipos para sólo una semana después oficializar su retirada. Le contrataron para ser presentador de televisión. Siempre tuvo el porte, se desenvolvía bien ante la cámara y en Portugal encontraron un hueco para que desmembrara los entresijos de los vestuarios poco antes de la Eurocopa que se celebraría en el país luso. Hasta que pasó la fecha y este guapo con cara de telenovela dejó el fútbol hasta por televisión, aunque siguió ligado a la pequeña pantalla en otras temáticas.

Y eso fue Dani Carvalho, una fugaz carrera, meteórica, que lamentablemente no pudimos disfrutar al máximo. Porque él quiso. Su zurda, probablemente, hoy tendría calidad suficiente para seguir jugando a un bajo nivel. Sus pases eran caramelos. Cada zancada suya era elegancia, arte, una escultura en movimiento. Dani bailaba con la pelota en los pies, regateaba de una forma que aún, hoy en día, no se ha vuelto a ver. Escondía el balón como pocos, ideaba como ninguno, improvisaba cuando quería y nunca defraudaba. Pero no se divertía. No le apasionaba dejar rivales a su espalda con un cambio de ritmo, no disfrutaba cuando, con un movimiento con el cuerpo, la cintura de su par se partía en mil pedazos. Tampoco cuando picaba el balón por encima del portero, cuando rozaba con su bien más preciado el balón de espuela o de exterior. Dani era poesía dentro del campo, rock 'n roll fuera de él. Un mediapunta de dibujos animados que nunca quiso ver su nombre reflejado en los mejores créditos de la historia. Muchos dicen que Guti habría sido uno de los mejores jugadores de la historia si él hubiera querido. Ellos no conocieron a Dani Carvalho.

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