domingo, 23 de octubre de 2011

Ciao Marco. Hasta siempre

Te levantas con ganas. Empiezas el día madrugando porque hay motos. Ese deporte que, o se vive con pasión, o no se vive. No hay que andarse con medias tintas. Ves en la primera vuelta a Bautista metido 5º, con Simoncelli delante y piensas: “¡A revivir los duelos de 250cc!”. Aquellos duelos tan bonitos, lucha cuerpo a cuerpo y a veces algo que se salía de los cánones del deporte. De pronto en la siguiente toma aparece Marco, ya por detrás de Bautista intentando meter la moto tras irse colado. Y se cierra el telón. En décimas de segundo, desesperación, llantos, tristeza, banderas rojas, Valentino y Colin. Y muchos números 58, siempre acompañados del rojo y blanco. SuperPippo ya no está. Sólo 24 años le han bastado para irse de nuestro mundo. 24 años vividos al límite en los que cada segundo contaban. Su futuro, su trabajo, su pasión y, en definitiva, su vida se medían en décimas de segundo, las mismas décimas de segundo que le han quitado la vida. Podía haberse colado antes o después, pero fue en el momento crítico. En el peor momento. Colin estaba en el suelo, se movía pero no podía hacer nada. Valentino se paraba en seco, se levantaba la visera y se frotaba los ojos. “No puede ser”, debía pensar. Su aprendiz, su compañero, su rival, su amigo al fin y al cabo, ya no estaba. Era un muñeco. Una marioneta que el propio Rossi intentaba reanimar desde la distancia, pero los hilos se habían roto.

Campeón del mundo, duro, fuerte y descarado era lo que le definía en la pista. Muchas jugarretas, pero esto no tenía nada que ver. No era culpa de nadie más que del destino. Cualquier otro piloto se habría caído o habría aceptado el irse largo. Pero Marco no, y por eso era Marco. Su esfuerzo, sacrificio y apurada para meter la moto en pista, le habían dejado a él fuera de ellas para siempre. Y es que Marco era uno de esos pocos locos en el mundo que disfrutaba echar un pulso con la muerte. Por eso era Marco. En eso consistía. “My Life, My Race” era su lema, un slogan y sello de identidad que le acompañaba siempre, junto a ese pelo famoso y ese 58. Nunca imaginamos que iba a ser tan cierto. Él, en su sano juicio, era el único que lo entendía.

No seamos hipócritas. A casi todos los españoles nos caía mal. No me incluyo, aunque sí era muy crítico con sus acciones. Pero desde el primero, hasta el último, pasando por Pedrosa y Lorenzo hemos sentido pena por Sic y nos hemos sentido tremendamente mal por los comentarios vertidos hacia su persona en otras épocas. “¡Qué mierda!” es lo único que ha llegado a decir Lorenzo. La gente que no sabe del mundo del motor en general, del motociclismo en particular, ni del mundo del deporte, conocía a Simoncelli. Ladran, señal que cabalgamos.
Hoy el mundo es un poco peor, la vida es algo más injusta y las carreras son más aburridas. Ciao SuperPippo. Ciao 58.

Simoncelli en 250 cc.

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