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Creció en Englewood, uno de los barrios más marginales de Chicago, lo que provocaba el temor de una madre que vivía asomada a la ventana vigilando cómo su muchacho jugaba hasta las tantas en la cancha que había frente a su casa. Sin un referente paterno y con su abuela y su madre como inspiración, Rose construyó una adolescencia autodirigida al éxito.
Tras un año en la Universidad, los Bulls le eligieron con el primer pick del Draft en 2008. Chicago había tirado una temporada entera para ganar esa elección y a Rose, que idolatraba a Jordan, de repente le cayó encima la losa de ser el niño prodigio que devolviera a la franquicia al éxito.
Su precocidad no conoció límites. Ganó el Rookie del año y en su segunda temporada recibió la llamada del All Star. Todo iba sobre ruedas en el tercer curso cuando Pooh (apodo que le puso su abuela por su parecido con Winnie the Pooh cuando apenas era un bebé) rompió los esquemas y acabó logrando ser el MVP más joven de la historia, con apenas 22 años. Los Bulls alcanzaron las 62 victorias en temporada regular y los 25 puntos, 8 asistencias y 4 rebotes por partido del base eran su mejor carta de presentación para unos playoffs que acabaron siendo muy dolorosos. LeBron, Miami y su Big Three se cargaron a los chicos de Chicago en la final de Conferencia.
Ellos lo tomaron como una lección, para coger experiencia y volver con más fuerza a por el anillo. Porque así son los proyectos en la NBA, duraderos, no es sencillo hacerlo todo a la primera. Ni siquiera con Derrick Rose. El ‘1’ se convirtió en la gran esperanza y la Ciudad del Viento se volvió a ilusionar como no lo hiciera desde que Air Jordan se retirara.
El base acababa de firmar una extensión de contrato por el máximo cuando, en la temporada 2011-2012, su calvario apareció. Esguince en un dedo del pie, tendinitis, esguince de tobillo y rodilla… La temporada no marchaba bien cuando, en primera ronda de playoffs, ante los Sixers, se rompió el ligamento cruzado de la rodilla.
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Los Bulls intentaron aprender a vivir sin Derrick Rose, a quien se le estimó un periodo de baja cercano a un año. Al final, la lesión fue mucho más allá. Rose, explosivo, un huracán físico, fuerte al choque, traspasaba a sus rivales para llegar a canasta. Muchas veces no pensaba y sus anotaciones salían fruto de una improvisación en la que era absolutamente imparable.
Pero la lesión de rodilla, que le dejó físicamente destrozado, le tocó también aspecto mental. En un deporte con tantos impactos en la rodilla, Rose moría de miedo cada vez que pensaba en una nueva lesión de rodilla. Por eso, no jugó ni un solo partido en la 2013-2014. Adidas sacó un comercial especial que contaba cómo estaba siendo su recuperación y un culebrón sensacionalista que no le ayudó en nada se formó en torno a él y a su presencia a diario vestido de traje en la banda del pabellón.
En la 2014-2015, Rose volvió, pero sin chispa. Su talento le sobraba para ser diferencial, pero si su nivel habitual era de sobresaliente, el notable con el que rayaba no servía entonces para calmar las ansias de aquel público que había entonado cada noche el entrañable “MVP, MVP”. Tras el All Star, una exploración al jugador por unas molestias en su rodilla descubrió que tenía roto el menisco y que tenía que pasar por quirófano. Los fantasmas volvían a aparecer.
Su fama en la enfermería se acrecentó un curso después cuando jugó parte de la temporada con máscara debido a una lesión facial. Cada vez que los Bulls anunciaban que Rose era duda o que entrenaba con precaución, saltaban las alarmas. En 2016, los Knicks adquirieron al jugador. El cambio de aires se hacía necesario. Rose estaba estancado, no había logrado llevar a los Bulls al anillo y todas las partes tenían que encontrar una vía de escape que aireara la situación.
Rose ganó confianza en un nuevo equipo, pero ese punto explosivo que le caracterizaba se perdió. No le acompañaba tampoco el acierto. Hizo los peores números de su carrera desde la línea de tres y en abril se volvió a romper el menisco, pero de la otra rodilla. El calvario no se iba a acabar nunca.
LeBron James, que de baloncesto sabe un rato, le reclutó para los Cavaliers con el objetivo de vencer a los Warriors por el anillo. Rose, destruido psicológicamente, firmó por el mínimo de veterano y se unió a un equipo al que no iba como titular, donde estaban Isaiah Thomas y José Calderón y cuyo vestuario era un polvorín. Pese a un buen inicio de temporada en su nuevo rol, a finales de noviembre se retiró al exilio con permiso del club para replantearse su futuro. Esguinces y otros problemas le estaban frustrando, no podía jugar sin sentir dolor y estuvo muy cerca de abandonar para siempre.
Volvió a los dos meses, pero los Cavs entraron en plena revolución y lo mandaron a los Jazz, que lo cortaron nada más llegar. Ahí aparecieron Minnesota y Thibodeau, el técnico que había sacado lo mejor de él en Chicago. Y Derrick Rose volvió a nacer.
Bajo el pretexto de ser suplente, Rose juega tantos minutos como un titular. Sabedor de su nuevo rol, busca ser Mejor Sexto Hombre y en camino de ello está. Las lesiones, de momento, le están respetando, aunque su tobillo sea de vez en cuando una lacra, y está promediando 18 puntos, 5 asistencias y 3 rebotes por partido. Unos números que se acercan bastante a sus mejores guarismos si tenemos en cuenta que juega unos 29 minutos por noche.
El punto de inflexión le llegó en el partido contra Utah Jazz cuando logró anotar 50 puntos (su mejor actuación de siempre) y acabó llorando en mitad del pabellón ante los micrófonos de Fox Sports mientras el público le coreaba, muchos años después, “MVP, MVP”. Dice sentirse mejor jugador que nunca. “Ahora soy más maduro, más inteligente, tomo mejores decisiones”. Se ha reciclado como jugador y, si bien por momentos parece recuperar ese punto físico que le hacía ser diferencial, se le nota mucho más calmado cara al aro.
La recompensa, a estas alturas de la temporada, le podía haber llegado en forma de All Star, pues para el voto público sería incluso titular y los números invitaban a pensar que podría ser llamado. Pero no. Un partido de las estrellas que había jugado ya en tres ocasiones y que no disputa desde 2012, cuando sufrió aquella primera trágica lesión. La que más daño le hizo. Rose, jugador que cae bien entre el público neutral, ha recibido también los halagos de sus rivales por su reciente estado de forma. Wade, LeBron, Curry, Durant, Vince Carter o Chris Paul han sido algunos de los profesionales que han mostrado en redes sociales su alegría por volver a ver a gran nivel a un grande.
Derrick Rose nunca volverá a ser el jugador de 2011. Pero verle jugar es alegría, es baloncesto. Si Rose disfruta con el balón, el pabellón entero lo hace. Porque no hay mayor reconocimiento que ver cómo la hinchada rival se alegra por que a uno le vayan bien las cosas. Y a la vez, no es sencillo lograrlo. Pero Rose puede conseguir lo que quiera. Y a este hombre, la NBA le debe un anillo. El que ya tendría si no se hubiera roto tantas veces en mil pedazos.
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