jueves, 14 de febrero de 2019

Allan Saint-Maximin y el control de la potencia

YANN COATSALIOU/AFP/Getty Images
Corría el año 2013, la Ligue One acababa de empezar y el Saint Etienne, el gigante por derecho propio de Francia aunque aletargado durante más de 30 años, vivía en una nube. La afición se había vuelto a esperanzar con un equipo que en las primeras jornadas había dejado muestras de grandeza y soñaba, si bien luchar por títulos era imposible, recoger las migajas que dejaba un PSG comandado por Ibrahimovic y compañía.

En el cuarto partido, las cosas marchaban bien para Los Verdes, aunque el Girondins de Burdeos, a quien se iban imponiendo por 2-0, estaba siendo un incordio y era cuestión de tiempo que recortaran distancias y quién sabe si no dieran la vuelta al marcador. Christope Galtier tomó una decisión. Miró al banquillo y llamó al chaval, ese de 16 años que había ido a completar convocatoria y que se movía con desparpajo por la banda derecha en los entrenamientos. Aquel día, Allan Saint-Maximin haría su debut como delantero pese a ser extremo por el perfil diestro. "Con su velocidad en las contras podemos matarles", debió pensar.

Apenas jugó cinco partidos en aquella temporada, pero el Saint Etienne acabó en una meritoria cuarta posición y Saint-Maximin dejó su sello. Iba para grande. El curso siguiente, si bien tampoco fue un jugador habitual, empezó a jugar más, siguió siendo clave en las categorías inferiores de Francia y buscó, sin suerte, su primer gol profesional. Ya estaba maduro, le tocaba dar el salto a la titularidad indiscutible con los 18 años recién cumplidos, pero entonces llegó el Mónaco, que se interesó por sus servicios y, pagando cinco millones de euros, se llevó al muchacho en su plena etapa de reconstrucción y crecimiento como club para hacerle frente al PSG.

A su llegada, el francés se encontró con la competencia voraz de un equipo que venía de haber llegado a los cuartos en Champions League. Bernardo Silva, Mbappé, Bischillia, Carrillo, Pasalic, Rony Lopes, Helder Costa e incluso Martial, que hasta final de verano no se marchó, era la competencia que aquel niño francés de 18 años tenía por delante. Por eso, tanto el club como Jardim decidieron que lo mejor era que se marchara a Alemania, al Hannover 96 para foguearse un año.

En tierras alemanas se encontró con un equipo en una dinámica malísima de resultados que perdió 23 de los 34 partidos de Liga y que descendió siendo colista con meses por terminar el campeonato. No sabía el idioma y en tan poco tiempo, ninguno de los tres entrenadores que tuvo le supo sacar rendimiento, aunque allí sí consiguió estrenarse como goleador. Alternó ambas bandas, la delantera y la mediapunta, nunca encontró estabilidad y se acabó hundiendo con el resto del equipo. La experiencia fue tan negativa que al terminar el curso y sabedor que tenía que volver a salir cedido, prefirió quedarse en Francia aunque en un equipo menor como el Bastia.

Parecía, sin duda, que Saint-Maximin había dado un gran paso atrás en su carrera, por no decir dos. Solo 12 meses antes era uno de los mejores proyectos del país y, aunque Francia seguía contando con él para el Mundial Sub20 y estaba en nómina en el Mónaco, quizás la mejor idea hubiera sido seguir jugando para el Saint Etienne. Pero no. En el Bastia, al fin con regularidad, se destapó. Jugó prácticamente todos los partidos, evolucionó físicamente y se hizo un nombre en la Liga.

Así, el Mónaco lo quería entre sus jugadores para el siguiente curso, pero él tenía otros planes. Simplemente, quería jugar y no estaba dispuesto a tener que pelear con otros jugadores que habían costado un pastizal y lo que quería pasar su bien propio era esa experiencia que te da el ser titular indiscutible. No se podía quedar un año en el dique seco y, viendo que los monegascos firmaban jugadores de la talla de Jovetic o Keita, pidió al club ser traspasado.

Contando los billetes de las fugas de Bernardo Silva, Mendy, Carrillo o Bakayoko, entre otros, muy pocos repararon en que Saint-Maximin se había marchado al Niza por 10 millones de euros. Rápido formó un tridente terrible con Plea y Balotelli. A veces en 4-4-2 y otras en 4-3-3, el francés, jugando prácticamente siempre en la banda derecha, se destapó por fin en un equipo que aspiraba a mucho más que a estar en mitad de la tabla y que seguro lo hubiera logrado de no ser por las lesiones y sanciones de Balotelli y el estado físico de un Sneijder que no pudo dar lo que se le pidió.

Pero ha sido este año, ya sin Balotelli en la plantilla, cuando Saint-Maximin ha despegado del todo. Hasta ahora había demostrado ser un portento físico de la naturaleza. Un regateador exquisito con gran cantidad de trucos pero que solía preferir tirar por lo sencillo, un simple cambio de ritmo y que su naturaleza física hiciera el resto. Y es que, el salto que ha pegado también en la definición de su cuerpo es mayúsculo. Toda esa potencia está regida ahora por una carrocería imparable.

Sin Supermario, Saint-Maximin está jugando arriba con total libertad, acompañando a un nueve más de área pero siendo él quien caracolea por todas partes del campo. Esa libertad casa a la perfección con su naturaleza de caballo desbocado. A sus 21 años, obviamente está en el mejor momento de forma conocido, pero ni de lejos está en el máximo nivel de su carrera, pues esto solo es el principio. En apenas curso y medio en Niza, el galo ha metido 11 goles y ha dado 12 asistencias.

Si bien puede que la llamada de la selección no esté cerca, pues la competencia en los puntas y jugadores de banda en Francia es voraz, Saint-Maximin sí está ya para dar el salto, o bien a uno de los grandes del país, donde salvo PSG debería ser titular indiscutible en todos, o bien a equipos con mejores aspiraciones en las ligas Top de Europa. Eso, obviamente, facilitaría también su convocatoria con la campeona del mundo. El propio Plea, que el año pasado fue su compañero, ha volado al Borussia MonchenGladbach, donde se está saliendo, pero es que el nivel de Saint-Maximin a día de hoy es incluso superior al mejor que alcanzara Plea en Niza.

En el Mónaco consideran que es una de las peores operaciones que han hecho en años. Un equipo acostumbrado a sacar gran rendimiento económico en su balance de compras y ventas que ha visto cómo uno de sus mejores activos apenas se iba por 5 millones más de lo invertido. Balotelli, por cierto, ya aseguró que en un par de años jugaría en el Real Madrid y que si no lo hacía no sería por falta de calidad. Su explosividad le hace ser diferencial. No tiene miedo.

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