Desde hace un cierto tiempo, no me alegro tanto con las victorias de España. Ya no es sólo el hecho de no sentir entusiasmo al ver a la Roja ganar sus partidos, sino que llega un momento, en que cuando las tremendas, aunque negativas, predicciones que uno ha hecho se cumplen, se llega a sentir un poco de satisfacción personal. Incluso aunque éstas no sean positivas. Digamos que, de algún modo, esta selección española no me representa. O al menos no todo lo que debería. No comulgo todo lo que lo rodea.
Porque claro que me alegré con los títulos europeos y el Mundial. Era de los pocos que intuía que algo se estaba gestando, cuando allá por 2007 llegué a apostar con quien entonces era profesor mío a que nos llevaríamos el trofeo de Austria y Suiza de 2008 que nos catapultó para lograr el Mundial de Sudáfrica dos años después. Y hasta que llegó el verano de 2008 y aquel gol de Torres, digamos que fui el hazmerreír de todos los que estuvieron presentes durante mi órdago. Porque no olvidemos, hubo un tiempo (hace sólo ocho años) en el cual pasar de cuartos de final era tan título como utopía.
Y el problema está ahí, cuando no recuerdas de dónde vienes y te crees mejor que los demás. Porque del 'vamos a soñar que podemos hacerlo' hemos pasado al 'vamos a hacerlo porque somos los mejores y nadie nos puede ganar'. Porque del 'Podemos', donde una nación entera se unió buscando un objetivo común, pasamos a la prepotencia.
España nunca ha sido favorita a nada y hasta hace ocho años en el palmarés sólo podíamos enorgullecernos de una Eurocopa ganada hace más de medio siglo ya. Hasta 13 países tenían sus vitrinas más llenas que las nuestras. Trece, que se dice pronto. Y eso lo hemos olvidado hasta el punto de llegar a oír que esta España es la mejor selección de la historia, el mejor combinado de todos los tiempos. Cierto que es el único equipo que ha sido capaz de ganar tres grandes trofeos consecutivos, pero eso, creemos, nos ha convertido en invencibles.
Para ganar un gran torneo hay que tener suerte. Mucha suerte. Y también olvidamos que, si no hubiéramos tenido un poquito de ella de nuestra parte, podríamos haber caído en cualquiera de las citas. Porque el Mundial de 2010 lo comenzamos con el pie izquierdo, porque en octavos, a Portugal la doblegamos con un tanto que, de haber sido en contra, habríamos reclamado fuera de juego; o porque sólo evitamos la tanda de penaltis contra Holanda por tres minutos. Y porque Casillas quiso que así fuera. Ni hablar de la Eurocopa de 2012, cuando Croacia nos tuvo contra las cuerdas durante los 90 minutos y nos metió más miedo del deseado en el cuerpo hasta el punto de casi echarnos en la fase de grupos. O los penaltis contra Portugal en cuartos, la reedición de la tanda contra Italia cuatro años antes.
Es por eso que, desde que nos creemos en el Olimpo, no hemos hecho más que llevarnos batacazos cuando la fortuna no ha acompañado, que no puede ser siempre. España, cansada de levantar títulos en esta última década, no mira los errores para corregirlos, sino que los esconde debajo de la cama. Y claro, en el Mundial de Brasil, a mamá Holanda y mamá Chile les dio por rebuscar bajo el colchón. Y nos pusieron la cara colorada.
Anoche sin ir más lejos, nos medimos a una Italia que nos mejora en palmarés y nos duplica en historia, por no hablar de competitividad. Una Italia C, por cierto, a la que le faltaban más de siete titulares por lesión. Y los ninguneamos sin ningún complejo en las previas y durante los primeros minutos. Y sin ningún remordimiento creyéndonos superiores a ese combinado que ha demostrado, año tras año, que compiten mejor que nadie. Y pasó lo que tuvo que pasar. Que pese a tener mejores jugadores, ellos fueron los vencedores morales del partido. Que fueron muy superiores durante la hora y media de juego y que sólo el buen hacer de De Gea nos libró de salir con un buen rosco de Udine.
Y lo peor que le pudo pasar a España es no haber perdido. No haber caído para saber que hay errores, que hay que corregir cosas para salir adelante. No hacer hincapié, ni siquiera mencionar, que el gol de Aduriz (única vez que se llegó a la portería rival) fue en claro fuera de juego.
Y es que ni siquiera el batacazo que nos dimos hace dos años en Brasil nos ha hecho darnos cuenta de que no somos invencibles. De que somos grandes por presente pero no por historia. De que en este del fútbol, cualquiera puede ganarte.
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