lunes, 6 de julio de 2015

Arda Turan: la calma antes de la tempestad

Hace unas horas que Arda Turan ha tapado sus rayas blancas con pintura azul. Esas franjas por las que tanto sudó, que hizo tan grandes y que fueron el orgullo de todos aquellos que una vez pisaron el Calderón, encendieron la televisión, se engancharon a las últimas aplicaciones futboleras e incluso, los más románticos, conectaron sus viejos transistores para respirar un fútbol añejo. 

Se va Arda, sí, pero la vida sigue. Pasan los años y pasan los jugadores. Lo hizo Torres, que antes o después tendrá que volver a pasar por lo mismo; sucedió con Agüero y en su día hasta Simeone en dos ocasiones. Pero permanece una huella imborrable que trastoca el alma de aquellos que alguna vez se enfundaron la zamarra rojiblanca con el 10 (o el 11) del ídolo turco al dorso, para los que se dejaron barbas molonas a la par que se raparon la cabeza y para los que en alguna ocasión dibujaron un corazón con sus dedos a la altura de ese escudo que tanto parecía amar y que hoy ha dejado tan arrugado como pisoteado. Se ha roto ese corazón y con ello una serie de fieles que seguían al jugador ya del Barcelona como si de un profeta se tratase. El Ardaturanismo, una religión.

Un jugador de dibujos animados, distinto al resto. Rehuye de la fama y no malgasta el dinero en restaurantes caros si puede ir a cenar a un kebap céntrico de la capital. Algo que ya difícilmente podrá volver a hacer. Le miraron raro cuando aterrizó en Madrid, porque venía a un gigante dormido que estaba a años luz de dos titanes y rápido decía que su objetivo era ganar la Liga y la Champions con el Atlético. Dichoso minuto 93. Fue tribunero desde el primer día y también se marchará siéndolo. Arda ama Galatasaray, su equipo de toda la vida, y ha cogido cariño al Atlético, el equipo que le ha hecho grande, pero nunca entenderá en qué consiste esto.

Cierto es que nunca escondió, ni antes ni durante, su deseo de recalar en la Premier (sobre todo en el Liverpool) ni su sueño de jugar para el Barcelona de Guardiola. Lo hará con Luis Enrique, que tratará de igualar los títulos de Pep en un paralelismo que debería asustar a los rivales. Sin Arda, el Atlético ya lo es menos, por mucho que se fiche. El Ardaturanismo no se muda, más bien desaparece. Es una conjunción del jugador turco con una grada de fieles rojiblancos que se extinguirá con el paso del tiempo y será un jugador difícilmente sustituible por Simeone.

Mucho más vistoso y decisivo que lo que los números dicen, él está mucho antes de todo eso. Arda es la pausa cuando todo está revuelto, pero es que cuando todo está apagado sólo él puede encender la mecha. Un funambulista del balón que no dudaba en bajarse al barro a la hora de ensuciarse por el equipo. Aquel al que darle la pelota cuando a los demás le quemaba en los pies. Arda es clases de ballet con la pelota a ritmo de tango argentino, es el eslalon precioso y preciso para escaparse de dos rivales, la sonrisa eterna de la banda, fuera cual fuera, que los de enfrente no querían ver enfadar. 

Arda Turan es la conquista del Bernabéu en varias ocasiones, la toma del Camp Nou en otras tantas, el asalto a Stamford Bridge o la genialidad de Do Dragao. Pero también es la figura del hombre, hecho y derecho, llorando como un niño en brazos de su 'papá' Simeone. Es la sangre fría entre tanta explosividad. Y todo lo que es, lo ha hecho pedazos en sólo unos días. Podía haberse ido como un ídolo para todos, recordado con honores por su Liga, su Copa, sus Supercopas o su Europa League, incluso por ese subcampeonato de Europa. Pero ha transformado todo ese amor, porque era amor, en una mancha difícil de descifrar y explicar. Unos lo llaman odio, otros rencor. Otros quieren ocultar que ahí está...Pero ahí está. Es la suma de todas sus hazañas, de todos sus momentos, que ha quedado en una sombra indescriptible y que curará, o no, con el tiempo. Pero ya nunca será lo mismo. 

Arda, en Stamford Bridge / GLYN KIRK

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