Los niños de los 90 enamorados del fútbol crecimos viendo en la gran pantalla la historia de Santiago Múnez, un adolescente mexicano entrado a EEUU de manera ilegal que acababa siendo ojeado en su liga amateur dominical por un antiguo cazatalentos que le llevaba al Newcastle donde, tras una primera impresión fatídica, se acababa haciendo un hueco en la Premier League hasta fichar por el Real Madrid de los Galácticos. Gracias a aquella historia, me he cruzado con cientos de aficionados que dicen tener simpatía por el Newcastle e, incluso, cuando estuve en St. James Park allá por 2019, algún aficionado del club me confundió, por mi habla hispana, con uno de esos chicos mexicanos que se había enamorado de su equipo gracias al film.
La historia, con tintes parecidos, puede haber tenido ahora lugar en Italia, en la Serie A. Moustapha Cissé no es ilegal, es refugiado. Llegó a Italia a los 16 años. Como le pasaba al protagonista en la ficción, a Cissé se le murió su padre. Y este fue el motivo que llevó a un crío que aún tenía dos años por delante para cumplir la mayoría de edad a abandonar Guinea y llegar al país transalpino. Quiso la fortuna que recalara en Lecce, porque ahí se le abrió un abanico de posibilidades y pronto encontró su camino gracias al balón.
Pronto se enroló en las filas del ASD Rinascita Refugees, un equipo que, como indica su nombre, está íntegramente conformado por jugadores refugiados que terminan en Italia. El club juega en la octava categoría del fútbol italiano, que tiene un total de nueve niveles en su pirámide. Es decir, Cissé, hasta hace unas semanas, jugaba en la misma liga de barrio a la que hemos podido jugar cada uno de nosotros que no damos una patada a un bote. Si ahora mismo nos mudáramos a Italia y decidiéramos crear un equipo desde abajo y apuntarnos a un campeonato en Lecce, empezaríamos en la novena categoría, solo una por debajo de donde jugaba el hoy flamante delantero de la Atalanta.
Porque Cissé ya no es jugador de ligas de barrio (y barro) dominicales. A finales de febrero, la Atalanta acometió su fichaje. Los más de dos goles por partido de media que marcaba bien mostraban que el chico, de solo 18 años, estaba para mucho más. ¿Para tanto? Pues la DEA creyó que sí y los informes de sus scouters fueron magníficos para terminar firmando a un jugador por el que no tuvieron que pagar traspaso.
El 23 de febrero, la Atalanta anunciaba su fichaje y además lo hacía apostando realmente por él. Un jugador desconocido iba a ocupar una plaza de extracomunitario, tan cotizadas y siempre reservadas a futbolistas que puedan tener un impacto inmediato en la primera plantilla. De alguna manera, posiblemente de rebote, Cissé lo ha hecho. En sus tres primeras semanas, con el equipo Primavera, disputó tres partidos de Liga y uno de Copa. Le hizo un doblete al Milán y uno más al Nápoles. Tres tantos en cuatro duelos. Si bien la octava división se le quedaba pequeña, quizás la liga de filiales con el juvenil también.
Así que, ante la alarmante presencia de pólvora encendida y la ausencia de delanteros, porque la Atalanta tiene la enfermería a rebosar, Gasperini tuvo la ocurrencia de llevarse el fin de semana pasado a Bolonia al chico nuevo que acababa de llegar y que apenas había entrenado con la primera plantilla. Con Zapata lesionado, además de otros atacantes como Ilicic, Cabezas, Miranchuk, Boga o Malinovskyi, el ataque fue todo cosa de un Muriel nada inspirado y que pasada la hora de juego se fue al banquillo. Gasperini miró a sus hombres de refresco y ordenó al dorsal 99 que entrase al campo por el colombiano.
Corría el minuto 65, el marcador indicaba 0-0 y a la Atalanta no solo se le escapaba casi definitivamente la lucha por la Champions, sino que empezaba a peligrar también su plaza de Europa League. Además, todo el peligro venía por parte del Bolonia, con un Arnautovic encendido pero errático cara al gol. Pero el 99 era el chico recién llegado, un Moustapha Cissé al que nadie le había regalado nada, lo había peleado todo y había bailado con la más fea como para ahora temer el privilegio de jugar un partido de la máxima categoría. Hace solo un mes, vacunaba a defensas que le triplicaban la edad, le doblaban el peso, y aún olían al bocadillo de bacon con queso que habían desayunado en el bar del polideportivo donde se jugaba su liga amateur. Ahora lo hacía a las mejores defensas del mundo.
Jugó 25 minutos y le sobraron ocho. Apenas había tocado el balón cuando recibió dentro del área de Pasalic, controló con la derecha y batió a Skorupski con la izquierda. Dos toques. Tac. No sabemos cuál es la pierna buena y cuál es la mala (es zurdo). No volvió a tener el balón entre sus botas. No le hizo falta. Ahora solo sabemos que las historias de cuentos de hadas existen. Que la realidad supera a la ficción. Que Gasperini tendrá que contar sí o sí con un muchacho que parece elegido. Y que estaremos encantados de descubrir su historia. Y su fútbol.
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