Nakamura, en un entrenamiento en el Mundial 2010 / Mark Kolbe/Getty Images |
Enero
de 2002. El Real Madrid de Florentino Pérez irrumpe cada mercado con un fichaje
tan sorprendente como inesperado, tan sonado como caro. Los autollamados
Galácticos asombran al mundo por plantilla y chequera. Zidane y Figo fueron los
primeros en unirse a una plantilla en la que ya estaban Raúl, Guti, Morientes,
Casillas o Roberto Carlos. Entonces, desde los medios oficiales de la J-League,
un anuncio se filtra: El Real Madrid ha fichado al japonés Shunsuke Nakamura
del Yokohama Marinos por un año.
La noticia
coge a todos por sorpresa. El Yokohama Marinos tiene que salir a hacer un
desmentido público, pero solo un día después, el presidente lo confirma. Es
oficial. Shunsuke Nakamura se va al Real Madrid en julio, tras el Mundial, y al
Madrid le va a costar 3’5 millones de euros tener al jugador un año en sus
filas. Si lo quieren de manera permanente, deberán pagar mucho más dinero que
ha sido fijado en una cláusula de compra definitiva.
Los
veranos en Pekin, los stage en Los Ángeles... El Boom del fútbol ha estallado y
el club blanco encuentra en el fichaje del nipón un filón a nivel de marketing.
La Copa del Mundo se celebrará ese verano en Corea y Japón y la noticia eleva
al Real Madrid al escalón número uno de los clubes más influyentes del mundo,
que entonces estaba en poder del Manchester United. En el acuerdo, además,
incluía la disputa de un amistoso entre la Selección de Japón y el propio Real
Madrid en mayo, que serviría a unos de preparación para el Mundial y a otros
como parte de su festín centenario.
Nakamura,
entonces, era el niño bonito del país. Aquel jugador talentoso de 23 años que
aún no había dado el salto a Europa. Inamoto acababa de llegar al Arsenal y
Nakata estaba rompiendo moldes en Italia. Nakamura, mediapunta zurdo de una
técnica superdotada, necesitaba ya abandonar el país. Pero no sabía que su
fichaje pudiera ser de tales dimensiones.
¿Por
qué nunca jugó Nakamura en el Real Madrid? Nunca lo sabremos. Pero la Liga nipona y el presidente de su club lo anunciaron oficial. El caso es que,
pese a la cantidad de títulos individuales tanto japoneses como asiáticos, a
Nakamura le costó tener presencia en la selección en los Mundiales. Al de 1998
no acudió, con apenas 20 años y falto de experiencia. Tras su gran año 2000 y
su buen hacer en la Copa Asia y en los amistosos previos la Copa del Mundo que
Japón organizaba, Nakamura se quedó fuera de la lista de 23, para sorpresa de
todos. Una misteriosa lesión le apartó de la lista. Quizás eso malogró el acuerdo. La lesión, o que el Real Madrid no se podía permitir firmar a un jugador de un país menor en cuanto a fútbol que ni siquiera fuera al Mundial.
Y es
que una rotura muscular le dejó varias semanas en el dique seco, pero mientras
el jugador decía que no era grave y que iba a poder estar en el Mundial, desde
la Federación el discurso fue otro. La realidad es que Nakamura no acudió al
Bernabéu para el partido amistoso por decisión técnica y que no entró en la
lista del Mundial por deseo del seleccionador Phillipe Troussier, con quien se
especuló tenía serios problemas personales. En realidad, fue el propio
Troussier quien nunca casó con nadie en la Federación y aquella decisión estuvo
cerca de costarle el cargo antes incluso del Mundial. Pero la Federación, sin
querer crear polémicas a poco de su cita, mantuvo todo en orden cortando por el jugador, el eslabón más débil.
Quizás
como un cúmulo de cosas y por el pinchazo de esa burbuja, Nakamura no llegó
nunca a recalar en el Real Madrid. En cambio, fichó por la Reggina italiana,
donde jugó tres años a gran nivel, siendo uno de sus jugadores más destacados y
valiéndole su hacer un fichaje por el Celtic de Glasgow, donde fue un ídolo y
es considerado uno de los mejores jugadores de todos los tiempos del club. En Escocia demostró la calidad de su zurda y su facilidad para ejecutar goles de falta desde cualquier posición y a cualquier ángulo.
En
2006, con Zico bajo el mando de la Selección, Nakamura volvió al Mundial que
serviría de despedida de Nakata, que se marchó del mundo fútbol de manera
prematura y antes de cumplir los 30. Ver jugar a ambos era una delicia. Dos
tipos adelantados a sus compañeros que tocaban las mejores sinfonías en
escenarios embarrados y con una orquesta que dejaba mucho que desear.
Nakamura,
uno de los mejores tiradores de faltas de la historia, se hizo leyenda en
Escocia, donde ganó tres ligas y tres copas en cuatro años, que sumó a un
extensísimo palmarés que ya traía del fútbol asiático. Por eso, y pese a su
edad y que su fútbol no era muy físico, en 2010 llegó a Espanyol con 32 años.
Ese mismo año, Nakamura solo jugó 16 minutos en el Mundial de Sudáfrica, lo que
le dio la estocada definitiva.
“¿Cuándo
será tu próximo partido con la selección?”, le preguntaron en rueda de prensa.
“Nunca”, contestó. “Para mí ha sido mucho dolor no poder ir al Mundial 2002. El
hecho de aceptar no jugar ha sido muy duro. Es obvio que la Copa Mundial y yo
no nos llevamos muy bien, así que quizás sea el destino”, afirmó.
98
partidos como internacional y 24 goles con los Samurái Blues después, Nakamura
dijo basta, pese a que afición, compañeros y directivos trataron de
convencerle. Hoy, con 40 años (cumple 41 este mes), Nakamura sigue jugando al fútbol. La calidad que
le vino innata en su zurda le permite, cuando el físico ya no llega, seguir
brillando en la Primera División del fútbol japonés. Lo hace en el Jubilo
Iwata, club que ha vuelto a meterse en la élite del fútbol nipón. No por nada le llaman El Pelusa.
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