miércoles, 25 de noviembre de 2015

Juninho Paulista, cuando el balón sonreía

Edmundo (I), Juninho y Ronaldo (D) en Wembley, en 1995 / GETTY IMAGES
Crecí contemplando un póster a tamaño real (tampoco era muy grande, la verdad) de Juninho Paulista que escondía una de las paredes laterales de mi antigua habitación. Su disposición era tal que cuando abría el armario para coger alguna camiseta, su imagen desaparecía por momentos. No me gustaba abrir ese armario, lo reconozco. Decían los que jugaban con él, que cuando Juninho tocaba la pelota, ésta sonreía, enamorada de la dulzura y el mimo con la que el paulista le trataba.

Oswaldo Giroldo Junior (Sao Paulo, 1973), como se llamaba, como figuraba en el reverso de los cromos que coleccionaba y como mi hermana y yo, que entonces jugábamos a aprendernos los nombres de los jugadores y su dorsal, le llamábamos. Aunque el mundo entero le conocía por Juninho en sus inicios como jugador. Más tarde, por la condición de haber salido de Sao Paulo y por la existencia coetánea de otro Junior que se hacía llamar Juninho Pernambucano, el de mi póster añadió 'Paulista' como su apellido ficticio para darse a conocer al mundo entero con su verdadero nombre artístico: Juninho Paulista.

Juninho nunca llegó a ser ese jugador para el que no había techo que apuntaba a ser tras una gravísima lesión sufrida en 1998, cuando militaba en las filas del Atlético de Madrid. Una entrada criminal de Míchel Salgado, entonces en el Celta de Vigo, le rompió el peroné y los ligamentos del tobillo de la pierna izquierda y marcó un punto de inflexión negativa en su carrera.

Juninho, en su debut con el Sao Paulo / SAO PAULO
Pero vayamos por partes. Con 19 años, una edad bastante tardía si lo comparamos con la actualidad, el modesto Ituano, el equipo de su municipio y que se ha batido siempre entre la tercera y la cuarta división del fútbol brasileño, realizó un papel notable en el Campeonato Paulista gracias a que en sus filas jugaba un extraordinario jugador de sólo 1'65 metros de altura. Sí, Juninho. Su buen hacer bien le valió un fichaje por el Sao Paulo, uno de los mejores equipos brasileños del momento, y pudo jugar en la Serie A a los 20 años. Su tarea no era fácil, pues debía hacer olvidar al magnífico Raí, que acababa de hacer las maletas para enrolarse en las filas del Paris Saint Germain, donde acabaría siendo una estrella. Con él siempre como titular en la mediapunta gracias a la confianza del técnico Telé, el Sao Paulo pudo revalidar la Copa Libertadores y se alzó también con la Copa Sudamericana y la Copa Intercontinental, doblegando en esta última al poderoso Milan de Fabio Capello.

Juninho, en los JJOO 96' / GETTY
El 22 de febrero de 1995, el día que cumplía 22 años, el histórico Mario Zagallo le hizo debutar con la selección absoluta como titular ante Eslovaquia en un encuentro amistoso. Aquel día no marcó, pero dio cuatro asistencias en la victoria por 5-0. Con el 9 a la espalda, compartiendo delantera con Bebeto y alineación con otros como Cafú, Branco, Taffarel, Aldair o Dunga, Juninho ya nunca abandonaría la verdeamarela. Con motivo de su destape mundial, ese mismo verano, un histórico inglés como el Middlesbrough desembolsó cerca de seis millones de euros para hacerse con sus servicios. En el Boro militaría dos campañas y realmente sería ahí, en la Premier League, donde se haría adulto y se terminaría de forjar como jugador. En un juego tan duro, a veces violento, donde los defensas llevan en el ADN el 'o pasa el balón o pasa el jugador', Juninho, menudo, con apariencia de débil, aprovechó su buen tren inferior y de su desventaja física sacó una virtud: ser más listo que el rival. Con su velocidad de piernas, sobre todo de arranque, no importaba que el brasileño, que jugaba como segundo delantero, fuera frágil en el aspecto físico y su estrategia era no usarlo. Se despegaba siempre del rival, buscaba el regate, la imaginación, la velocidad que le caracterizaba para, una vez controlada la pelota, ser imparable. Entre medias de ese primer año y el segundo, en el verano de 1996, voló a Atlanta para jugar con la selección brasileña el torneo de fútbol de los Juegos Olímpicos. Allí, con compañeros de la talla de Rivaldo, Ronaldo, Flavio Conciençao o Bebeto, logró la medalla de bronce. Las marcas se peleaban por él y fue Nike quien consiguió su imagen, haciendo de él una estrella mediática.

Juninho, con el Middlesborugh / GETTY IMAGES
Tras un primer año de adaptación, que fue muy bueno, con el equipo en mitad de tabla todo el curso, en su segunda campaña destapó el frasco de las esencias, si bien fue un año para olvidar para el club del noreste de Inglaterra por el destino final, aunque a nivel de resultados la campaña hubiera sido de las más exitosas de la entidad. Y es que el Boro descendió a Segunda División en la última jornada y perdió la final de la FA Cup y de la Capital One Cup, la última incluso en un replay. Ravanelli y Juninho se entendieron a las mil maravillas y formaron una delantera letal que no pudo salvar del caos al Middlesbrough y el brasileño, que marcó 13 tantos en la competición doméstica, se llevó el premio al mejor jugador de la temporada, un galardón que a día de hoy han conquistado algunos futbolistas como Shearer, Owen, Vieira, Bale, Hazard, Rooney, Henry o Van Nistelrooy, Cristiano Ronaldo, Lampard o Luis Suárez. Además, es el único jugador que lo ha alzado en la misma temporada en la que su equipo desciende de categoría.

Juninho, con Kiko y Vieri en el Atlético
Como la 1997/98 era una temporada crucial para el Mundial de 1998 de Francia, Juninho emigró en busca de minutos de calidad para no quedarse atrás en la lucha por un puesto con la selección y su destino fue España. Aterrizó en el Atlético de Madrid, petición expresa de Radomir Antic. El Atlético, que había conquistado el doblete de Liga y Copa un par de campañas antes, se adelantó a clubes como Real Madrid, Barcelona o Milan (en palabras del propio Jesús Gil) y se hizo con los servicios del sudamericano por una cifra cercana a los 15 millones de euros. El interés mostrado por el técnico balcánico (quien sólo había sido más insistente con Pantic dos años antes que con Juninho) sedujo mucho al brasileño, que se convirtió en uno de los jugadores más caros en llegar al equipo de la capital y aterrizó en España al lado de Vieri. Juninho jugó como enganche en un esquema en rombo por detrás del propio italiano y de Kiko, a quien cataloga como "uno de los jugadores con más calidad del momento". Su puesta de largo no pudo ser mejor y a los 15 minutos de debutar ya había marcado. Para más inri, la víctima había sido el Real Madrid en el partido inaugural de la temporada. Se metió a la afición en el bolsillo. El Atlético logró engrasar la máquina tras un inicio dubitativo y al inicio de la segunda vuelta ya había remontado hasta la cuarta plaza, a sólo siete puntos del Barcelona, líder. Los siete meses de Juninho como rojiblanco invitaban a pensar que, de la mano de uno de los mejores talentos del mundo, volverían los títulos al Manzanares. El 1 de febrero de 1998 el equipo colchonero visitaba Vigo, se medía a un Celta que disfrutaba de jugadores como Dutruel, Mostovoi o Karpin. Pero también estaba Michel Salgado...

Con 1-1 en el marcador y en el ecuador de la segunda parte, Juninho realizó la internada más cara de su vida. Como solía hacer él, entrando desde atrás sorprendiendo, aprovechando los espacios libres, los huecos, con una velocidad inalcanzable para las defensas rivales. Juninho se coló entre la zaga, condujo el balón como un rayo hasta la portería del Celta y cuando estaba cerca de marcar, Michel Salgado, sin posibilidad alguna de jugar el balón, le destrozó la pierna izquierda: Rotura del peroné y rotos todos los ligamentos del tobillo izquierdo. Y ahí se acabó la historia estelar de Juninho, que dejó de ser un jugador superlativo para, una vez recuperado, convertirse en un mortal con tendencia a las lesiones. Un jugador de cristal. El colegiado no señaló ni falta (aunque a instancias de su linier posteriormente sí lo hizo), pero lo que más molestó al brasileño fue la actitud de Salgado, que se levantó diciendo que había tocado el balón. (Advertencia, el vídeo puede herir la sensibilidad). 


"Estaba en el mejor momento de mi carrera (era el mediapunta titular de la selección brasileña, portador del histórico número 10) hasta esa entrada desleal. El balón lo tenía muy lejos, no tenía intención de ir a por él. Es un buen jugador, le he visto varias veces, pero es violento. Siempre lo ha sido. Para mí fue muy doloroso, truncó parte de mi carrera", admite, y añade que nunca podrá perdonar a Salgado. "En ese momento no quería saber nada de él, no quise aceptar sus disculpas. Esa lesión terminó con mi etapa en el Atlético". Un Salgado que, en realidad, nunca se pudo disculpar, Juninho no le dejó. "He llamado a Juninho para disculparme, no para arrepentirme porque no tengo que hacerlo. Pero no se ha querido poner", afirmó el defensa. En aquel momento, lo que más preocupaba al brasileño era el Mundial. Cuando el Doctor Villalón lo llevó a los vestuarios, lo único que salía de la boca de Juninho era: "Doctor, ¿y el Mundial?". Las primeras exploraciones indicaban que tardaría cinco meses en recuperarse y que, obviamente, se perdería la cita internacional. Cuando le comunicaron que había que operar, no logró mantenerse firme y, ya ingresado en un hospital, junto a su padre, rompió a llorar. La primera noche de muchas en soledad, tristeza, melancolía y lágrimas. Sabedor de lo que pudo ser y no fue. "No quiero hablar sobre la jugada. Si lo hago diría cosas que no iban a gustar a Michel", señaló justo nada más salir del quirófano, preguntado por los medios.

Desde el Atlético, en cambio, no se entendía que el colegiado no hubiera amonestado a Michel Salgado. "Alguien me tendrá que explicar cómo tengo un jugador con la pierna rota", puso leña al fuego un enfadado Radormir Antic. El Comité de Competición entró de oficio y con carácter excepcional, suspendió al jugador durante cuatro jornadas. La decisión no fue bien acogida en Vigo y desde el club se instó a la afición a realizar una manifestación para luchar por eso que consideraban como injusto. El Comité de Apelación le retiró la sanción, y a Salgado le salió bien barato acabar con la carrera de un jugador. "Mi sensación es la de un hombre al que se le ha hecho justicia. Se ha demostrado que yo tenía razón. Esto es fútbol, unas veces uno se lesiona y otras no", argumentó Salgado tras conocer su indulto.

Juninho, apartado en el Cerro del Espino / MARCA
Volvió a los seis meses y en su puesta en escena, en un partido de pretemporada contra el Chelsea, anotó dos goles en la goleada (4-0) ante los londinenses. Por un momento, pareció como si nunca se hubiera ido, como si esos seis meses de terror nunca hubieran existido. La realidad era bien distinta. Y es que Radomir Antic ya no seguía como entrenador del Atlético, Vieri se había esfumado y Kiko, que se rompió los dos tobillos, no pudo jugar más que 10 partidos en todo el año. Arrigo Sacchi era el nuevo técnico y desde el primer día su mala relación fue notoria. A Sacchi, ultradefensivo, no le gustaba la alegría de Juninho ni su concepto del fútbol. Más de un entrenamiento y de dos acabó apartado, aunque terminaba recurriendo a él por falta de efectivos. El brasileño acabó con ocho tantos en Liga, sólo a uno de Jose Mari, que fue máximo goleador aquella temporada y deleitó con jugadas de calidad como esta que hoy conocemos como Joaquininha. Juninho fue pionero en ejecutarla en nuestro fútbol.

Tras decirle que no tenía ritmo para el fútbol europeo, que era blando y que nunca se adaptaría al fútbol español, Sacchi le puso en el mercado invernal. Cerca estuvo el Aston Villa de ficharlo, pero el jugador decidió permanecer en el Atlético. Los rojiblancos no estaban pasando un buen momento, Sacchi estaba en el alambre y con un cambio de entrenador (que se produjo nada más cerrarse el mercado invernal) podría tener una oportunidad de volver a brillar en un fútbol más adecuado al suyo. Primero Carlos Aguiar y luego la vuelta de Antic, Juninho volvió poco a poco a sentirse futbolista en esquemas más a su antojo. El balcánico logró salvar la categoría de un Atlético que ya estaba gestando su descenso a Segunda, que no tardaría en producirse. No contentos con el hacer de Sacchi, los rojiblancos contrataron a Ranieri en la 1999-2000. Más de lo mismo. Lo primero que hizo el italiano nada más llegar fue declarar transferible al brasileño, que se acabó marchando cedido al Vasco de Gama en su país. Le había entrado morriña. "En el Vasco recuperé todo el tiempo perdido. Volví a ser importante en mi país y regresé a la selección".

El Atlético, por su parte, descendió a Segunda y, aunque él se ofreció a jugar en el infierno, la idea del club seguía siendo la de hacer caja con él y liberarse de las fichas más altas. El Flamengo se interesó por él, pero a última hora el Middlesbrough consiguió hacerse con sus servicios para que volviera a la Premier League. Era año de Mundial, nuevamente, y aunque había desaparecido de la primera plana mundial, Scolari no se olvidó de él cuando confeccionó su lista para la cita de Corea y Japón. Había sido el jugador que había marcado las diferencias en años anteriores y, aunque otros talentos de su generación como Rivaldo o Ronaldo estaban por delante, Felipao le quiso brindar la oportunidad de jugar el Mundial del que le habían privado cuatro años antes.

Juninho y Ronaldo en el Mundial
2002 de Corea y Japón / GETTY
Con 29 años, aunque ya visiblemente cascado físicamente, Juninho fue un jugador fundamental en aquella Copa del Mundo, la última conquistada por Brasil. Titular en los cuatro primeros partidos (tres de grupo y los octavos de final) y con minutos en la final, jugó en el doble pivote junto a Gilberto Silva. "No jugaba en mi posición, no brillaba, pero yo lo que quería era ayudar". Tras su coronación, varios equipos quisieron contratarle, aunque por su cabeza, hasta que no le dijeran lo contrario, pasaba seguir siendo jugador del Atlético. "Si al Atlético le interesa la vuelta de Juninho, a él también le interesa volver", señalaba su padre y representante. "A él siempre le gustó el equipo, pero por una determinada situación se vio forzado a salir", añadía. No obstante, el club rojiblanco, recién retornado a Primera, decidió hacer caja con él y prescindir de la que era ficha más elevada de la plantilla. Retornó al Middlesbrough por tercera vez, donde estuvo una campaña con sabor agridulce, pues una grave lesión se volvió a topar en su camino. Nada más comenzar la pretemporada, se rompió el ligamento cruzado de su rodilla. Fue la segunda lesión grave de su carrera. Con 31 años se mudó a Escocia para heredar el 7 de Henrik Larsosn en el Celtic de Glasgow. Estaba comenzando el fin de su época como futbolista. Dos años más en Brasil (en Palmeiras) como antesala del fútbol exótico. Se marchó a Sydney con 34 años. Su calidad le daba de sobra para ser el mejor jugador de la Liga, pero su físico le dijo basta.

Decidió entonces dejarlo y volver a Ituano, a presidir el equipo donde todo había empezado 15 años atrás. El mal hacer del equipo y la poca profundidad de plantilla hicieron que en 2010, ya con 38 años, decidiera calzarse las botas por última vez. Alternó la administración con el césped y se convirtió en presidente-jugador para disputar el Campeonato Paulista de ese año. En la última jornada, con todo casi perdido, el Ituano debía ganar a la Portuguesa a domicilio para lograr la permanencia. Tras irse al descanso perdiendo 2-0, en la segunda mitad los chicos de Juninho le dieron la vuelta al marcador logrando el objetivo. Y así, sin más, pasaron por delante casi 20 años de su vida como futbolista. Un jugador de otra época, de otra galaxia. Que vivió del éxito en su juventud, que llevaba con orgullo la camiseta número 10 de Brasil, el jugador llamado a liderar a la verdeamarela en el Mundial de Francia, aquel que pelearía por Balones de Oro y de cuyo techo no se tenía constancia. El mismo que desapareció una fatídica tarde en Vigo por una grave lesión. No recuerdo a nadie que de verdad viera jugar a Juninho y que no le considerase como uno de los mejores jugadores de la época. Salvo Sacchi, claro.

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