martes, 20 de enero de 2015

El 'Nuevo Del Piero' tenía magia

Dicen que la gente de Macedonia empezó a temer la muerte de Alejandro Magno mucho antes de que sucediera. Cuentan también, que su miedo residía en quién sería el líder de aquel imperio y en cuáles serían las represalias de aquellos a los que El Grande había derrotado, que no eran pocos; en si podrían hacer frente a todas las adversidades sin uno de los hombres más importantes, temidos y respetados de la historia. Su primogénito, sucesor en cuanto a títulos, apenas un recién nacido, no sólo no pudo sostener todo lo que había levantado su padre, sino que vio la muerte cuando apenas acababa de cumplir la docena de años.

Algo parecido sucedió unos 2400 años después en Italia, concrétamente hace una década. La Juventus apenas había vuelto a la categoría reina tras los escándalos de compra de arbitrajes cuando, en la 2007-2008, su Alessandro particular tocó el cielo con los dedos. Del Piero, santo, seña y ídolo de la institución, Acababa de cerrar su año más prolífico con la Vecchia Signora. Tenía 33 años, los mismos que iba a cumplir el otro Alejandro, Magno,  cuando falleció. Un escalofrío recorrió la espina dorsal de los tifossi juventinos cuando pensaron cómo sería la vida sin su capitán. 

Giovinco celebra un título cuando
era sólo un niño / JUVENTUS
La respuesta medía 1'64 metros, tenía 20 años y respondía al nombre de Sebastián Giovinco, aunque también solía contestar cuando alguien preguntaba por La Hormiga Atómica. Llevaba desde los 9 años enrolado en la Juventus, equipo por el que confiesa amor profundo y eterno y ya había debutado con los mayores en algunos minutos en los que había dado muestras de su enorme talento e inagotable magia. Y es que, a la par que la llama de Del Piero se apagaba, la directiva del equipo bianconero se aseguraba el futuro del club y un recambio de garantías para su capitán renovando a Giovinco hasta 2013 en octubre de 2008. Y aunque el joven italiano, que lideraba entonces a su selección sub21, quisiera rechazar cualquier parecido con Del Piero, las coincidencias (y otras no tan fortuitas) quisieron que Giovinco se colgara para siempre el cartel del 'Nuevo Del Piero'. Ambos compartían a Pasqualin como agente y un movimiento de la dirección deportiva quiso que Giovinco cerrara su renovación y jurase lealtad al equipo de Turín en el Due Spade de Sandrigo, el mismo restaurante donde años antes Del Piero se había casado con la Juventus para un matrimonio de casi dos décadas de duración.

Giovinco, con el Parma / CLAUDIA VILLA
La presión que tuvo que soportar entonces fue terrible. Impropia para un nuevo adulto. Deschamps comenzó a darle galones fuera de su sitio, escorado en alguna de las bandas porque a Del Piero aún le quedaba algo de cuerda, incluso más de la que parecía. Tuvo que abandonar, entre lágrimas, el sueño de su vida, triunfar en la Juventus, y se enroló en las filas del Parma. Allí otro joven italiano como Candreva daba sus primeros pasos en el fútbol profesional y un histórico del club como Hernán Crespo convertía los últimos goles de su carrera antes del retiro. Precisamente el argentino fue el mejor socio de Giovinco en el primer curso, pues en el segundo, para sorpresa de todos, este pequeño italiano de 164 centímetros jugó como delantero centro referencia.

Su inteligencia para ganar pelotas divididas con defensores que le sacaban más de 20 centímetros en altura y varios cuerpos, su habilidad para caracolear y girar sobre sí mismo cuando controlaba la pelota, su polivalencia y los 27 goles convertidos en esas dos campañas le devolvieron la oportunidad de soñar. La Juventus llamó a su puerta y el segundo tren estaba a punto de salir de la estación. La decisión era compleja: seguir haciéndose un nombre en Italia, siendo la estrella de un equipo menor (al que dejó a pocos puntos de ir a Europa) y con las convocatorias con la selección aseguradas, o arriesgar para ir al equipo de su vida. Ese que no le había permitido disfrutar en la primera ocasión, el que le había exigido ser Del Piero cuando él sólo era Giovinco. El amor, que todo lo puede, acabó con Giovinco volviendo a Turín, aunque esta vez al Juventus Stadium, recién cambiado por el viejo Delle Alpi. La decisión, con todo, fue la más difícil de su carrera.

Llegando a la ciudad se encontró como saliendo del Due Spade de Sandrigo por segunda vez. Del Piero acababa de emigrar a Australia y el clamor popular, que había seguido las hazañas parmesinas de La Hormiga Atómica, le pidió que escogiese el dorsal número 10, el que Pinturicchio acababa de dejar vacante y que era el favorito del propio Giovinco (lo había llevado en el Empoli, en el Parma y en todas las categorías de la Selección de Italia). Él, queriendo regatear las comparaciones, intentando no tropezar con la misma piedra de nuevo, desmarcándose de tan odioso símil sorteó el 10 y escogió el 12. "No soy Del Piero, soy Giovinco. No quiero se Del Piero, quiero ser Giovinco". Un mensaje que sólo unos pocos entendieron. 

Antonio Conte, el creador de la nueva Juventus, sabedor de los mimos que necesitaba, fue su mayor valedor. Le dio minutos, galones y sobre todo, confianza y libertad. Entendió que jugar como segundo punta era su predilección y le acompañó del trabajo de Matri. Ahí Giovinco brilló y fue parte vital de la plantilla que consiguió ganar la Liga, tras nueve años sin hacerlo. El problema llegó un año más tarde, que fue la campaña pasada. No sólo llegaron Llorente y Tévez como principales refuerzos en el ataque, sino que Conte dotó a su equipo de un estilo mucho más físico y trabajador, algo para lo que la genética de Giovinco no estaba preparada. Alternó el banquillo con el césped y se terminó desquiciando él sólo tras pasar del éxito al ostracismo en tan poco tiempo. 

Giovinco, con la Juventus / AFP
El punto de inflexión llegó en un partido contra el Chievo Verona. Tras un mal encuentro en lo personal, Conte decidió sacar a Giovinco del terreno para dar entrada a Tévez. El jugador italiano se llevó los abucheos de la grada y una sonora pitada que le provocaron el llanto y la histeria mientras abandonaba el terreno. Conte, como un padre, salió a buscar al chico que caminaba cabizbajo. Lo abrazó, animó y se encaró con todo el Juventus Stadium por el gesto que acababan de cometer con un chico cuyo mayor delito era amar a unos colores, una ciudad y un club que había puesto expectativas equivocadas en él. 

Ese día Giovinco entendió que el amor no era recíproco, que el matrimonio no era eterno y pidió facilidades para salir cuanto terminara su contrato. La Juventus, desde su presidencia hasta su último aficionado, sabedores de haber condicionado la trayectoria de este talento de la naturaleza, no dudó en aceptar su petición de 'dejar morir en paz'. "Mientras defienda esta camiseta lo daré todo por ella", afirmaba tras haber firmado con el Toronto, su próximo equipo a partir de junio.

Y es que Giovinco, con sólo 27 años, se va a hacer las américas. Tiene seis millones de motivos para ello, los mismos millones de euros que cobrará por cada una de las cinco temporadas que ha firmado. Aunque la cuestión tiene más que ver con el desamor que con el dinero. Cerca estuvo de tropezar con la piedra por tercera vez, como ese enamorado que duda qué hacer cuando tiene enfrente a su amor imposible, porque estuvo a sólo un paso de firmar una renovación que al final rechazó. La llegada de Morata y la irrupción del canterano Coman, más competencia, le hizo abrir los ojos más incluso que cuando los celebraba. Sin duda, la salida de Conte le convenció para tomar la decisión de irse. Apalabró su fichaje con la Fiorentina, un histórico venido a menos necesitado de alegría, magia y calidad, un mejunje que Giovinco posee y que mezcla con ilusión. Pero los de Florencia, en un acto de cobardía, consiguieron la contratación de Diamanti y le cerraron las puertas a un Giovinco que, acostumbrado a que le rompan el corazón, se acogió al primer amante que vino y le aseguró estabilidad.

Y es que Toronto es una ciudad bonita, llamativa y fría. Su proyecto, con jugadores de la talla de Bradley, Altidore y Caldwell es llamativo para una MLS que cada día crece más y es todo lo atractivo que puede ser yéndose a una liga menor. Sea como fuere, nadie podrá nunca negar que Giovinco, que no el 'Nuevo Del Piero' tenía magia y que, aunque no supone el retiro, ha abandonado el fútbol mucho antes de lo que le tocaba. Hoy el fútbol de verdad llora la pérdida de uno de los suyos, de un ilusionista del tamaño de un crío que movía la pelota como la mayoría sólo sueña con llegar a hacerlo. 

Giovinco celebra un gol con la Juve / MARCO LUZZANI / GETTY IMAGES


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